Sobre una saga de fotógrafos: los Ibáñez.

domingo, 21 de febrero de 2010

Rafaela Tomás Ibáñez

Retrato de Rafaela Tomás a lo niña bien. Autor: Alejandro Ibáñez Abad. Tarjeta postal: 8,5 x 13,8 cm. Plano entero. Rafaela aparenta seis o siete años, así que la imagen sería de 1905. Sonríe con picardía, pues tanto ella como su abuelo intentan engañar al espectador con este trampantojo. La mano izquierda se apoya en el tosco velador de madera y la mano derecha sujeta un jarrón ¡de mentira! Está pintado sobre el foro. La mirada de la niña resulta decisiva para completar la trampa. (Archivo familiar Miguel Tomás).

Rafaela no soportaba la miseria de las cuevas. A su manera nos instruía sobre la injusticia del mundo: los nenes caían en una casa y vivían, los nenes caían en una cueva y morían. En esos hoyos horadados en un cerro barbudo los padres más asustadizos le rogaban, acariciando la faca, que si la cosa se torcía, salvara a la madre. Y ahí se ponía ella con sus sarmientos cuajados de olivas negras, a rebuscar en el fango de la vida, con paciencia, con hábito y con firmeza, sin escuchar los gritos ni las carreras ni el filo. Cerraba los ojos, rozaba aquella cabecita que no quería abandonar su nirvana, y viajaba al interior de esa otra cueva, la cueva dentro de la cueva, tomaba su mano para hablarle al oído, venga nena, abre los ojos y ven conmigo fuera que te esperan. No, déjame, protestaba la zagala. ¡Sin huesos te voy a dejar! ¡Vamos! Y la sacaba de allí sin más remilgos para que aprendiera a respirar. Luego se dedicaba a la madre: limpieza, cosido e inyección. Guardaba los instrumentos de tortura en su maletín negro para hervirlos al llegar a casa. Y por último anotaba en su agenda día 20, una nena, mientras el padre murmuraba unas palabras inconexas. No hay nada que agradecer, Dios cura, y se marchaba cuesta abajo riéndose por dentro.

Rafaela nació el 24 de octubre de 1899 en la calle Buenavista de Hellín. De su padre, Enrique el Campaña y de su madre Chus correrán ríos de tinta. María, su hermana mayor, tenía ya cinco años, y José María Silvestre Paredes, futuro cuñado, se trasladaba en esos días a Valencia para empezar sus estudios jurídicos. Su abuelo, Alejandro Ibáñez Abad, se hinchó a hacerle fotos porque era una niña muy fotogénica, de ojos inmensos y pícaros, porque era feliz y eso lo captaban las sales de plata, y lo más importante, porque estaba enamorada.

Ella se tronchaba viendo a su abuelo, tan serio y encorvado en su estudio, mancharse la barba de potingues, y posaba para él, muchas veces disfrazada..., que si niña bien, que si muñeca, que si odalisca, y hasta de truhán rapado al cero se conserva una carte-de-visite. Su adolescencia, en cambio, será literal. En 1914, aún quinceañera, lee unas notas apresuradas que le entregan en la boda de su tía Asunción: el amor de su vida abandona Hellín, no puedo quedarme, algún día volveré. En Serbia y en el norte de Francia, las primeras escaramuzas de una tempestad de esquirlas y amputaciones. En diciembre muere su padre. Desaparece un sueldo de perito agrícola y aparecen deudas y necesidades; desparece una época y aparece la guerra; desaparece un corazón y aparecen las tinieblas de la ermita. La mirada de Rafaela se endurece, de áspera corteza se cubren los tiernos miembros que aún bullendo estaban...

Durante unos años, el abuelo fotógrafo colabora en la economía familiar, pero llega el momento en que le muestra a su nieta la fotografía del globo. Ella comprende. Decide hacerse matrona, impresionada por las historias que contaba su madre sobre la desmesura de la muerte con los recién nacidos. Un día de 1928, el conserje de la Facultad de Medicina de Madrid donde realizaba las primeras prácticas con partos reales la busca..., señorita Tomás, le han puesto un telegrama. Rafaela lee ante la mirada inquisitiva de la parturienta y experimenta un déjà-vù: el abuelo se ha ido para siempre. La primera niña que Rafaela trajo a la vida durante aquella práctica universitaria se llamó, por supuesto, Alejandra.



En septiembre de 1929 empieza a trabajar en Hellín. Un nene, una nena..., y así durante cuarenta años. Al acabar la Guerra Civil se procedió a su depuración como empleada municipal, ¿acaso aquellas manos que proporcionaban el primer contacto con el mundo habían sido alguna vez impuras? Y como a su hermana María le habían matado al marido, se fue a vivir con ella al callejón del Cautivo.




Si en 1936 rondaba los 1500 registros, cuántos pudo acumular hasta que se jubiló a principios de los setenta. Sí, hijos con sus madres, miles de hellineros le deben la vida.


Ya anciana, a veces rompía su aspecto duro para bailar con los niños y recordar su disfraz de odalisca. En la penumbra de la cámara flotaban frágiles llamas de mariposas..., ella hacía como que rezaba..., en el lugar de la cruz había un retrato gastado por la memoria y por los besos. Siempre permaneció soltera, esperando sin llorar, mientras apuntaba incansable un nene, una nena, un nene, una nena, pero su amor no se apagó, y ya saben que pertenece a una historia que me gustaría contar.


(Agradecemos a Belén Miguel su ayuda).

En la próxima entrada:
ANASTASIO IBÁÑEZ ABAD
–el fotógrafo sin rostro–


9 comentarios:

  1. Un precioso recuerdo desde la idealización del cariño.Muy literario.Habrá quien pueda confundirse con algún dato,yo ya sé por dónde soplan los vientos. Tu tía abuela estará orgullosa.

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  2. abu, gracias por tus palabras, creo que aquellas vidas fueron mucho más literarias de lo que imaginamos!!

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  3. siempre oi hablar de la tia Rafaela, ese cartel...Quiza una página de un blog es muy poco para toda una vida, pero cuando se hace tan bien y con cariño, me ha llevado a conocerla un poquito.gracias

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  4. Un texto muy cuidado. Sólo una apreciación acerca del "trampantojo": creo que el jarrón no está pintado en la tela, sino que es de atrezo.

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  5. juan pe y luna, Rafaela ya es un rostro en el tiempo gracias a vosotros.

    Manuel, creo que ambos podemos tener razón: he podido consultar otra copia con mucha más nitidez y es cierto que se nota el volumen de la base sobre el velador, por lo que el dicho(so) jarrón, efectivamente, no estaría pintado en el foro; en cambio, sí que se aprecia un efecto extraño, como si no hubiera volumen en el resto y pienso que se podría deber a que este decorado sería, como decía en la entrada, “de mentira”, un trampantojo, posiblemente un engaño de cartón, plano, y creo que roto: sólo así se explicaría la asimetría de las “ramas” que unen la base a la pieza principal, la derecha no existe (me refiero a la rama). Me parece muy interesante el estudio de los decorados, vestimentas y peinados de cada fotografía, ya que nos trasmiten mucha información sobre la época y sobre el mismo fotógrafo. Alejandro es un artista que no puede vivir únicamente de la fotografía en Hellín y por eso también pinta y fabrica dulces. Sus decorados posiblemente sean de segunda mano, desechos de algún teatro reciclados con destreza, pero tan imperfectos como este dicho(so) jarrón plano y cojo. Tal vez deberíamos plantearnos qué fotógrafos tenían más mérito..., ¿no?
    Amigo Manuel..., ¿aceptarías un empate? Y gracias por aportar tu buen ojo!

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  6. La tía Rafaela es mucha tía Rafaela, da para mucho más, seguro. A ver si se animan Alejandro y Mariano y nos cuentan más sobre ella y también Catita, que nos hablen de Rafaela joven ya que ellos sí tuvieron ocasión de conocerla así. Hace algunos años una chica me paró en la calle y me dijo tu tía Rafaela trajo al mundo a mi madre, dudé entre salir corriendo y preguntar, opté por la primera opción. Hoy seguro que preguntaría para alimentar aún más este tu blog Pedro. Enhorabuena por todas las averiguaciones.

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  7. Estoy gratamente sorprendda y muy emocionada, no he podido evitar el llorar al leer tantos nombres que me resultan familiares,soy nieta de Estrella Ibañez y Augusto Gil, sobrina de Pilar Gil Ibañez.
    Mi padre nos llevaba a Hellin de pequeños y conocí a la tia Rafaela, recuerdo la entrada de la casa con unos juguetes preciosos, como una feria en miniatura que a mi hermana y a mi nos fascinaban.Gracias por todo esto.

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  8. Amiga anónima, te agradezco que te hayas puesto en contacto con nosotros. Pilar nos contó mil y una aventuras vividas con tu padre. Si quieres, puedes escribirnos al correo electrónico. Y tienes razón..., la casa del Cautivo siempre ha sido mágica!!

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